martes, 14 de diciembre de 2010

TIAHUANACO

En Bolivia, y a 20 km del lago Titicaca, se encuentran las ruinas de lo que fue una ciudad perteneciente a una cultura megalítica, con una antigüedad de varios miles de años.



















Cuando lo conquistadores españoles llegaron a Tiahuanaco, en 1533, se quedaron sorprendidos de ver estas enormes e impresionantes estructuras de piedra.
Los nativos del lugar les dijeron que estas ruinas megalíticas siempre habían estado allí. 
Ellos no sabían nada sobre los constructores de estas colosales construcciones.





El cronista español, nacido en 1520, en Llerena, Pedro Cieza de León, en su "Crónicas del Perú", fue el primero en hacer una descripción detallada de estos lugares.



















Pero no sería hasta que Friderich Max Uhle, el sabio arqueólogo alemán, quien a principios del siglo XX iniciaría estudios científicos. Su interés vino de un viaje que hizo a lugares de interés arqueológico, entre ellos, Tiahuanaco, en 1892,, cuando tenía treinta y seis años.
A partir de entonces se convertiría en un estudioso de la cultura incaica, trabajando toda su vida en pos de la arqueología y la historia fascinante de esta extraordinaria cultura.

Lo extraño de las ruinas de Tiahuanaco es su fuerte influencia de la cultura mesopotámica.
Figuras aladas, monumentos megalíticos, y escrituras en ellos, así lo demuestran. El imperio de las tierras de Mesopotamia, conocido como Sumerio, tenía como capital a Ur, ciudad en donde nació Abraham (o Ibrahim para los musulmanes).
Interesante.
¿Que hacían los sumerios en sudamérica hace más de cuatro mil años?
¿Como habían llegado a lugares tan alejados con sus frágiles embarcaciones?
La historia tiene todavía muchas cosas que explicar.












La Puerta del Sol
En la parte superior, muy extensa, sobre la angosta y baja apertura de la puerta, está esculpido un relieve llano, cuyo dibujo recuerda los tapices de esta misma época.
En el centro vemos una divinidad erguida sobre un trono escalonado y con cetros en ambas manos.
Los bordes de sus ropajes están adornados con cabezas humanas reducidas; en esta figura central se ha querido ver al dios del Sol, porque su rostro, de mirada fija despide rayos en todas direcciones, terminados en una cabeza de animal.
En tres frisos, colocados uno sobre otro, se representan seres mitológicos alados, con una rodilla doblada y coronas dentadas en sus cabezas, avanzando hacia la divinidad central.
En sus manos sostiene algo que semeja también un cetro. La figura de los frisos superior e inferior tienen cabezas humanas con grandes ojos redondos, mientras que las del friso central elevan hacia el sol sus cabezas de cóndor o de águila. En los tres frisos los personajes tienen extremidades humanas.

Es realmente increíble como ajustaban las enormes piedras sin argamasa y sin ningún tipo de material entre ellas. Era un dominio de la construcción difícil de imaginar. Las características de construcción de la ciudad son únicas e impresionantes, confluyen en ella, arquitectos planificadores, que con un singular dibujo de líneas simples diseñaron fastuosos templos; los ingenieros calcularon las inclinaciones de los muros, y con una excelente técnica urbanística crearon redes superficiales y subterráneas de canales para eliminar tanto las aguas pluviales como los residuos fecales.


















Una de las características de esta cultura es que conocían el bronce. Se han descubierto restos de antiguas minas, además de muchos utensilios, que así lo confirman.
Arthur Posnansky fue el descubridor de estas antiguas minas. Entre otras cosas, escribe:
«En las estribaciones montañosas del Altiplano, se han encontrado cavernas o túneles abiertos por sus antiguos pobladores con el objeto de proveerse de metales útiles. Hay que diferenciar estas cuevas de las que abrieron en la época colonial en su búsqueda de metales preciosos (estaño, oro y plata ), y que los restos de estos antiguos trabajos metalúrgicos preceden a esa época [...] en los tiempos más remotos, una raza inteligente y emprendedora [...] se proveyó de
metales útiles, si no preciosos, en las profundidades de estas montañas.

Erland Nordenskiold (The Copper and Bronze Ages in South America), establecía que ningún tipo de edad había tenido lugar allí: no había rastros en Sudamérica del desarrollo de edad alguna del bronce, ni siquiera del cobre; y la conclusión a la que, reacio, llegaba era que todas las herramientas de bronce que se habían encontrado se basaban, de hecho, en las formas del Viejo Mundo y en las tecnologías del Viejo Mundo.
«Al examinar todo este material de armas y herramientas de bronce y cobre de Sudamérica -escribió Nordenskiold- tenemos que confesar que no hay mucho que sea completamente de allí, y que, en la mayoría de los tipos fundamentales, hay algo que se corresponde con el Viejo Mundo». Mostrándose todavía reacio a suscribir esta conclusión, acabó admitiendo de nuevo que: «hay que confesar que existe una considerable similitud entre la técnica metálica del Nuevo Mundo y la del Viejo Mundo durante la Edad del Bronce».
Curiosamente, algunas de las herramientas incluidas en estos ejemplos tenían mangos modelados con la cabeza de la diosa sumeria Ninti, con las cuchillas umbilicales gemelas que tenía por símbolo, la que sería también Señora de las minas del Sinaí».

O sea, que cada vez vemos más relación entre los sumerios y los antiguos pobladores de esta parte de Sudamérica.
Esperaremos a que los modernos e infatigables investigadores, algún día no muy lejano, logren desvelarnos estos misterios tan importantes de nuestra historia.


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