jueves, 11 de agosto de 2011

LA ATLÁNTIDA. EL ORIGEN DE LA LEYENDA

EL ORIGEN DE LA LEYENDA

Mucho se ha hablado sobre la Atlántida. Se han escrito infinidad de libros, algunos de ellos dignos de leerse por su gran trabajo y por la infinidad de documentación que aportan. También hay que señalar que muchas de estas teorías expuestas en tanta literatura de divulgación, son meramente especulaciones sin ningún fundamento. Sitúan la Atlántida en Santorini (http://www.santorinigrecia.es/atlantida-santorini.htm), en la mítica Tartessos, en el sur de la actual España (http://esmateria.com/2013/07/13/la-civilizacion-confundida-con-la-atlantida-no-fue-engullida-por-un-tsunami/), e incluso en Bolivia (http://www.atlantisbolivia.org/)
Y todas estas teorías son creíbles en apariencia, pero la verdad posiblemente, nunca la conoceremos.
Lo único cierto, y esto si que es verdad, es el relato que nos dejó Platón, en los que hace referencia a la Atlántida, y que él no se atribuye el mérito.

Todo empezó con estos relatos atribuidos a Solón, uno de los grandes sabios griegos de la antigüedad y gobernador de Grecia.
Solón nació en Atenas, en 638 a.C. y falleció en el 558 a.C. Fue uno de los siete sabios de Grecia.
Durante diez años recorrió países como Lidia, Chipre y Egipto. Fue en Egipto cuando los sacerdotes le relataron la existencia de la Atlántida, mas tarde estos relatos conservados por Critias fueron vueltos a exponerse públicamente y luego ampliados por Platón en sus diálogos "Critias y Timeo".

En Timeo podemos encontrar referencias sobre la Atlántida. Vale la pena dar un vistazo porque todas las especulaciones se basan en este relato, con lo que todo lo demás sobra.
No hay que ser tan contundentes con la situación de la Atlántida. Solo hay que leer lo que nos legaron los antiguos para poder deducir, no inventar cosas que no están escritas.
Podemos suponer, eso sí, pero no afirmar, ya que podemos confundir con nuestras deducciones sin base alguna, sobre cosas que no se saben.

Vale la pena leer las fuentes originales en donde se cita a la Atlántida y se detalla minuciosamente como era.
Es muy interesante. Un poco pesado, pero vale la pena para aquellos que nunca leyeron el Critias o el Timeo.
Expongo solo los fragmentos en donde aparece el relato de la Atlántida.


(Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 6, Madrid 1872)
TIMEO:
Voy a referir esta historia, que no es nueva, y que oí a un hombre, que no era joven. Critias, según él mismo lo decía, tocaba entonces en los noventa años, cuando yo apenas contaba diez. Era el día Cureotís de las fiestas Apaturías. 
En la fiesta tomamos parte los que éramos jóvenes, en la forma acostumbrada, y nuestros padres propusieron premios para los que sobresalieran entre nosotros en la declamación de versos. 
Se recitaron muchos poemas de varios poetas, y como entonces eran nuevas las poesías de Solón, muchos las cantaron. 
Alguno de nuestra tribu, fuera porque así lo creyese o porque quisiera complacer a Critias, dijo, que Solón no sólo le parecía el más sabio de los hombres, sino también el más noble de los poetas. El anciano Critias, me acuerdo bien, se entusiasmó al oír esto, y dijo complacido: «Aminandro, si Solón, en lugar de hacer versos por pasatiempo, se hubiera consagrado seriamente a la poesía como otros muchos; si hubiera llevado a cabo la obra que trajo de Egipto; si no hubiera tenido precisión de dedicarse a combatir las facciones y los males de toda clase, que encontró aquí a su vuelta; en mi opinión, ni Hesiodo, ni Homero, ni nadie le hubieran superado como poeta.
—¿Y qué obra era esa Critias? preguntó Aminandro. 
—Es la historia del hecho más grande y de más nombradía, que fue realizado por esta ciudad, y cuyo recuerdo, a causa del trascurso del tiempo y de la muerte de sus autores, no ha llegado hasta nosotros.
 —Repítenos desde el principio, replicó el otro, lo que contaba Solón, qué tradición era esa, y quién se lo contó como una historia verdadera. 
—Hay, dijo Critias, en Egipto, en el Delta, en cuyo extremo divide el Nilo sus aguas, un territorio llamado Saitico, distrito cuya principal ciudad es Sais, patria del rey Amasis Los habitantes honraban como fundadora de su ciudad a una divinidad, cuyo nombre egipcio es Neith, y el nombre griego, si se les ha de dar crédito, es Atena. Aman mucho a los atenienses, y pretenden en cierto modo pertenecer a la misma nación. Solón decía, que cuando llegó a aquel país, había sido acogido perfectamente; que había interrogado sobre las antigüedades a los sacerdotes más versados en esta ciencia; y que había visto, que ni él ni nadie, entre los griegos, sabia, por decirlo así, ni una sola palabra de estas cosas. 
Un día, queriendo comprometer a los sacerdotes a que se explicaran sobre las antigüedades, Solón se propuso hablar de todo lo que nosotros conocemos como más antiguo, de Foroneo, llamado el primero, de Niobe, y después del diluvio, de Deucalion y Pyrro, con todo lo que a esto se refiere; explicó la genealogía de todos los descendientes de aquellos, y ensayó, computando los años, fijar la fecha de los sucesos. Pero uno de los sacerdotes más ancianos, exclamó: ¡Solón! ¡Solón! vosotros los griegos seréis siempre niños; en Grecia no hay ancianos!
—¿Qué quieres decir con eso, replicó Solón?
—Sois niños en cuanto al alma, respondió el sacerdote, porque no poseéis tradiciones remotas ni conocimientos venerables por su antigüedad. He aquí la razón. Mil destrucciones de hombres han tenido lugar y de mil maneras, y se repetirán aún, las mayores por el fuego y el agua, y las menores mediante una infinidad de causas. Lo que se refiere entre vosotros, de que en otro tiempo Faetonte, hijo del Sol, habiendo uncido el carro de su padre y no pudiendo conservarle en la misma órbita, abrasó la tierra y pereció él mismo', herido del rayo, tiene todas las apariencias de una fábula; pero lo que es muy cierto e innegable, es que en el espacio que. rodea la tierra y en el cielo se realizan grandes revoluciones, y que los objetos, que cubren el globo a largos intervalos, desaparecen en un vasto incendio.
 En tales circunstancias los que habitan las montañas, y en general los lugares elevados y áridos, sucumben más bien que los que habitan las orillas de los ríos y del mar. 
Con respecto a nosotros, el Nilo, nuestro constante salvador, nos salvó también de esta calamidad desbordándose. Cuando por otra parte, los dioses, purificando la tierra por medio de las aguas, la sumergen, los pastores en lo alto de las montañas y sus ganados de toda clase se ven libres de este azote; mientras que los habitantes de vuestras ciudades se ven arrastrados al mar por la corriente de los ríos. Pues bien, en nuestro país, ni entonces, ni en ninguna ocasión, las aguas se precipitan nunca desde las alturas a las campiñas; por el contrario, manan de las entrañas de la tierra. Por estos motivos, se dice, que entre nosotros es donde se han conservado las más antiguas tradiciones. 
La verdad es, que en todos los países, donde los hombres no tienen precisión de huir por un exceso de agua ó por un calor extremado, subsisten siempre en más ó en menos, pero siempre en gran número. Así es que, sea entre vosotros, sea aquí, sea en cualquiera otro país de nosotros conocido, no hay nada que sea bello, que sea grande, y que sea notable en cualquiera materia, que no haya sido consignado desde muy antiguo por escrito, y que no se haya conservado en nuestros templos. 
Pero entre vosotros y en los demás pueblos, apenas habéis adquirido el uso de las letras y de todas las cosas necesarias a los Estados, cuando terribles lluvias, a ciertos intervalos, caen sobre vosotros como un rayo, y sólo dejan sobrevivir hombres iliteratos y extraños a las musas; de manera que comenzáis de nuevo, y os hacéis niños sin saber nada de los sucesos de este país o del vuestro, que se refieran á los tiempos antiguos.
 Ciertamente esas genealogías, que acabas de exponer. Solón, se parecen mucho a cuentos de niños; porque además de que sólo hacéis mención de un solo diluvio, aunque fue precedido por otros muchos, ignoráis que la mejor y más perfecta raza de hombres ha existido en vuestro país, y que de un solo germen de esta raza que escapó a la destrucción, es a lo que debe vuestra ciudad su origen. 
Vosotros lo ignoráis, porque los que sobrevivieron, murieron durante muchas generaciones, sin dejar nada por escrito. 
En efecto, en otro tiempo, mi querido Solón, antes de esta gran destrucción mediante las aguas, esta misma ciudad de Atenas, que vemos hoy día, sobresalía en las cosas de la guerra, y superaba en todo por la sabiduría de sus leyes; y a ella se atribuyen las acciones más grandes, y las mejores instituciones de todos los pueblos de la tierra. Solón, sorprendido y lleno de curiosidad al oír este discurso, decía que había suplicado a los sacerdotes que le expusieran en todo su desarrollo y con toda exactitud la historia de sus antepasados. 
A lo que el sacerdote respondió: «Con mucho gusto, Solón; lo haré, no sólo por respetos a ti y a tu patria, sino sobre todo, en consideración a la diosa, que ha protegido, instruido y engrandecido vuestra ciudad y la nuestra; la vuestra mil años antes, formándola de una semilla tomada de la tierra y de Vulcano, y la nuestra después; y nota que según nuestros libros sagrados, han pasado ocho mil años desde nuestra fundación. Voy a darte a conocer las instituciones que tenían tus conciudadanos de hace nueve mil años, y en cuanto a sus hechos, te referiré los más gloriosos. 
Con respecto a los detalles, otra vez, cuando tengamos más espacio, te lo contaré todo minuciosamente, teniendo a la vista los libros sagrados. Compara las leyes de la antigua Atenas con las nuestras, y hallarás que la mayor parte de ellas están hoy en vigor entre nosotros. 
Por lo pronto, la casta de los sacerdotes está separada de todas las demás; después sigue la de los artesanos, cada uno de los cuales ejerce su profesión sin confundirse con los demás; y a seguida la de los pastores, la de los cazadores y la de los labradores. La clase de guerreros, ya lo sabes, es también distinta de todas las demás clases; y la ley no permite que se consagren éstos a otros cuidados que a los de la guerra. Con respecto á las armas, nosotros hemos sido los primeros pueblos del Asia que hemos usado del broquel y de la lanza, habiendo aprendido su uso de la diosa, que desde un principio nos lo enseñó. En cuanto á la ciencia, ya ves el cuidado que a ella presta la ley desde su origen, elevándonos desde el estudio del orden del mundo hasta la adivinación y la medicina, que cuidan de la salud; caminando así de las ciencias divinas á las humanas, y poniéndonos en posesión de todos los conocimientos que se refieren á éstas.
 Tal es la constitución y tal el orden que la diosa había establecido desde un principio entre vosotros, después de haber escogido el país en que habéis nacido, sabiendo bien que la admirable temperatura de las estaciones producirla en él hombres excelentes para la sabiduría. 
Amiga de la guerra y de la ciencia, la diosa debía escoger, para fundar un Estado, el país más capaz de producir hombres que se parecieren á ella. Vosotros erais gobernados por estas leyes y por instituciones mejores aún; superabais al resto de los hombres en todo género de virtud, cual con- venia á hijos y discípulos de los dioses. 
Entre la multitud de hazañas que honran a vuestra ciudad, que están consignadas en nuestros libros, y que admiramos nosotros, hay una más grande que todas las demás, y que revela una virtud extraordinaria. Nuestros libros refieren cómo Atenas destruyó un poderoso ejército, que, partiendo del Océano Atlántico, invadió insolentemente la Europa y el Asia. 
Entonces se podía atravesar este Océano. 
Habia, en efecto, una isla, situada frente al estrecho, que en vuestra lengua llamáis las columnas de Hércules. Esta isla era más grande que la Libia y el Asia reunidas; los navegantes pasaban desde alli a las otras islas, y de estas al continente, que baña este mar, verdaderamente digno de este nombre. Porque lo que está más acá del estrecho de que hablamos, se parece a un puerto , cuya entrada es estrecha, mientras que lo demás es un verdadero mar, y la tierra que le rodea un verdadero continente. 
Ahora bien en esta isla Atlántida los reyes hablan creado un grande y maravilloso poder, que dominaba en la isla entera, así como sobre otras muchas islas y hasta en muchas partes del continente. Además en nuestros países, más acá del estrecho, ellos eran dueños de la Libia hasta el Egipto, y en la Europa hasta la Tirrenia. 
Pues bien; este vasto poder, reuniendo todas sus fuerzas, intentó un día someter de un solo arranque nuestro país y el vuestro. y todos los pueblos situados de este lado del estrecho. En tal coyuntura. Solón, fue cuando vuestra ciudad hizo brillar, a la faz del mundo entero, su valor y su poder. Ella superaba á todos los pueblos vecinos en magnanimidad y en habilidad en las artes de la guerra; y.primero a la cabeza de los griegos, y después sola por la defección de sus aliados, arrostró los mayores peligros, triunfó de los invasores, levantó trofeos, preservó de la esclavitud a los pueblos, que aún no estaban sometidos, y con respecto a los situados, como nosotros, más acá de las columnas de Hércules, a todos los devolvió su libertad. 
Pero en los tiempos, que siguieron a estos, grandes temblores de tierra dieron lugar a inundaciones; y en un solo día, en una sola fatal noche, la tierra se tragó a todos vuestros guerreros, la isla Atlántida desapareció entre las aguas, y por esta razón hoy no se puede aún recorrer ni explorar este mar, porque se opone a su navegación un insuperable obstáculo, una cantidad de fango, que la isla ha depositado en el momento de hundirse en el abismo.
He aquí, Sócrates, en pocas palabras, la historia del viejo Crítias, que la había oído a Solón. 
Cuando hablabas ayer del Estado y de sus ciudadanos, me sorprendía al recordar lo que acabo de deciros, pensando en mi interior que por una rara casualidad, sin saberlo ni quererlo, estabas tú de acuerdo en la mayor parte de los puntos con las palabras de Solón; palabras de que no quise daros conocimiento en el acto, esperando a tomarme el tiempo necesario, para precisar bien mi recuerdo. Me pareció, pues, oportuno, repasarlas primero en mí memoria, para después referirlas. 
Por esta razón, acepté desde luego la tarea, que ayer me impusiste, persuadido de que lo esencial, en esta clase de conversaciones, es ofrecer a nuestros amigos un objeto conforme con sus deseos, y que éste, de que ahora se trata, debe por su naturaleza satisfacer vuestros planes. Así es que ayer, al salir de aquí, como ha dicho Hermócrates, yo les referí lo que en aquel acto me vino á la memoria; y después de haberme separado de ellos, reflexionando por la noche, he podido recordar todo lo demás. 

CRITIAS
Ya dijimos antes, que los dioses echaron suertes sobre las diferentes partes de la tierra; que los unos obtuvieron un territorio grande, otros uno pequeño, y que todos establecieron templos y sacrificios. Neptuno, á quien correspondió la Atlántida, colocó en una parte de esta isla los hijos que había tenido de una mortal. Esta parte era una llanura situada no lejos del mar, hacia el medio de la isla, la más bella, según se dice, y la más fértil de las llanuras. A cincuenta estadios poco más o menos de esta llanura, también en medio de la isla, había una montaña muy poco elevada. Allí habitaba uno de estos hombres, que en el origen de las cosas nacieron de la tierra, Evenor, con su mujer Leucipa. Estos engendraron una sola hija, llamada Clito, que era núbil, cuando murieron sus padres; y con la que se casó Neptuno, que se enamoró de ella. La colina, donde vivía Clito, fué fortificada por Neptuno, que la aisló de todo lo que la circundaba. 
Hizo muros y fosos con tierra y agua del mar alternativamente, unos más pequeños, otros más grandes, dos de tierra y tres de agua, ocupando el centro de la isla, de manera que todas sus partes se encontraran á igual distancia del mismo. La hizo por lo tanto inaccesible, porque entonces no se conocían ni las naves ni el arte de conducirlas. 
Como era un dios, le fue fácil ordenar y embellecer esta nueva isla, formada en medio de la otra, haciendo que salieran del suelo dos manantiales, uno caliente y otro frió; y que produjera la tierra alimentos variados y abundantes. Tuvo sucesivamente de Clito cinco parejas de hijos, todos varones y mellizos, y los educó. Dividió toda la isla Atlántida en diez partes;- dio al hijo mayor de los primeros gemelos la estancia de su madre con toda la campiña circundante, que era la más vasta y la más rica de toda la isla, y le hizo rey de todos sus hermanos. 
Entre estos eligió jefes, y dio á cada uno de ellos el gobierno sobre un crecido número de hombres y una gran extensión de territorio. Todos ellos recibieron un nombre. El hijo mayor, el rey, de quien la isla y este mar, llamado Atlántico, han tomado su nombre, por haber sido el primero que reinó en ella, fue llamado Atlas. A su hermano gemelo le tocó la extremidad de la isla, hacia las columnas de Hércules, la parte del país que se llama Gadirica, que se llamó en griego Enmeles y en la lengua indígena Gadir, donde tiene su origen el nombre de este país. Los hijos de la segunda pareja se llamaron Aniferes y Euemon; los terceros, Mneseo, el mayor, y el otro Autóctono; los cuartos, Elasipo el primero y el segundo Mestor; y en fin, los quintos Azaes y Diaprepes. Estos hijos de Neptuno y sus descendientes habitaron en este país durante muchas generaciones; sometieron en estos mares otras muchas islas, y extendieron su dominación más allá, según hemos dicho, hasta el Egipto y la Tirrenia. 
La posteridad de Atlas continuó siendo siempre muy respetada; el mayor en edad era el rey y trasmitía su autoridad al mayor de sus hijos, de suerte que conservaron el reinado en su familia durante largos años. Era tal la inmensidad de riquezas, de que eran poseedores, que ninguna familia real ha poseído ni poseerá jamás una cosa semejante. 
Todo lo que la ciudad y los otros países podian suministrar, todo lo tenían ellos á su disposición. Gracias á su poder, eran importadas muchas cosas en la isla, si bien producía ésta las que son necesarias á la vida, y por lo pronto los metales, ya fueran sólidos o fusibles, y hasta aquel del cual sólo conocemos el nombre, pero que en la isla existía realmente, extrayéndose de mil parajes de la misma, el oricalco, que era entonces el más precioso de los metales después del oro.
 La isla su- ministraba en abundancia todos los materiales de que tienen necesidad las artes, y mantenía un gran número de animales salvajes y domesticados, y se encontraban entre ellos muchos elefantes. Todos los animales tenían pasto abundante, lo mismo los que vivían en los pantanos, en los lagos y en los ríos, como los que habitaban las montañas y llanuras, y lo mismo el elefante que los otros, a pesar de su magnitud y de su voracidad. Además de esto, todos los perfumes que la tierra produce hoy, en cualquier lugar que sea, raíces, yerbas, plantas, jugos destilados por las flores ó los frutos, se producían y criaban en la isla. Asimismo los frutos blandos y los duros, de que nos servimos para nuestro alimento; todos aquellos con que condimentamos las viandas y que generalmente llamamos legumbres; todos estos frutos leñosos que nos suministran a la vez brebajes, alimentos y perfumes; todos esos frutos de corteza con que juegan los niños y que son tan difíciles de conservar; y todos los frutos sabrosos que nos servimos a los postres para despertar el apetito cuando el estómago está saciado y fatigado; todos estos divinos y admirables tesoros se producían en cantidad infinita en esta isla, que florecía entonces en algún punto a la luz del sol. 
Utilizando, pues, todas estas riquezas de su suelo, los habitantes construyeron templos, palacios, puertos, dársenas para las naves, y embellecieron toda la isla en la forma siguiente:
 Comenzaron por echar puentes sobre los fosos circulares , que llenaba la mar, y que rodeaban la antigua metrópoli, poniendo así en comunicación la estancia real con el resto de la isla. Muy al principio construyeron este palacio en el punto mismo donde habían habitado el dios y sus antepasados. Los reyes, al trasmitírselo, no cesaron de añadir nuevos embellecimientos a los antiguos, haciendo cada cual los mayores esfuerzos para dejar muy atrás a sus predecesores; de suerte que no se podía, sin llenarse de admiración, contemplar tanta grandeza y belleza tanta. 
A partir desde el mar abrieron un canal de tres arpentos de ancho, de cien pies de profundidad y de una ex- tensión de cincuenta estadios, que iba á parar al recinto exterior; hicieron de suerte que las embarcaciones que viniesen del mar pudiesen entrar allí como en un puerto, disponiendo la embocadura de modo que las más grandes naves pudiesen entrar sin dificultad. En los cercos de tierra, que separaban los cercos de mar, al lado de los puentes, abrieron zanjas bastante anchas, para dar paso a una trirreme: y como de cada lado de estas zanjas los diques se levantaban á bastante altura por cima del mar, unieron sus bordes con techumbre, de suerte que las na- ves las atravesaban á cubierto. 
El mayor cerco, el que comunicaba directamente con el mar, tenia de ancho tres estadios, y el de tierra contiguo tenia las mismas dimensiones. De los dos cercos siguientes, el del mar tenia dos estadios de ancho, y el de tierra-tenia las mismas dimensiones que el precedente. 
En fin, el que rodeaba inmediatamente la isla interior, tenia de ancho un estadio solamente. En cuanto á la isla interior misma, donde se ostentaba el palacio de los reyes, su diámetro era de cinco estadios. El ámbito de esta isla, los recintos y el puerto de los tres arpentos de ancho, todo estaba revestido al rededor con un muro de piedra. 
Construyeron torres y puertas á la cabeza de los puentes y á la entrada de las bóvedas, por donde pasaba el mar. Para llevar á cabo todas estas diversas obras, arrancaron alrededor de la isla interior y en cada lado de las murallas, piedras blancas, negras y encarnadas. Arrancando así aquí y allá, abrieron en el interior de la isla dos receptáculos profundos, que tenían la misma roca por techo. 
De estas construcciones, unas eran sencillas; otras, formadas de muchas especies de piedras y agradables á la vista, tenían todo el buen aspecto de que eran naturalmente capaces. Cubrieron de bronce, a manera de barniz, el muro del cerco exterior en toda su extensión; de estaño, el segundo recinto; -y la Acrópolis misma, de oricalco, que relumbraba como el fuego. En fin, ved cómo construyeron el palacio de los reyes en el interior de la Acrópolis. En medio se levantaba el templo consagrado á Clíto y á Neptuno, lugar imponente, rodeado de un muro de oro, donde en otro tiempo habían ellos engendrado y dado á luz los diez jefes de las dinastías reales. A este sitio concurrían todos los años de las diez provincias del imperio a ofrecer a estas dos divinidades las primicias de los frutos de la tierra. 
Él templo sólo tenia un estadio de longitud, tres arpentos de anchura, y una altura proporcionada; en su aspecto había un no sé qué de bárbaro. Todo el exterior, estaba revestido de plata, fuera de los extremos, que eran de oro. Por dentro, la bóveda, que era toda de marfil, estaba adornada de oro, y platajoncalco. Los muros, las columnas, los pavimentos. estaban revestidos de marfil. 
Se veían estatuas de oro, siendo de notar la del dios, de pié sobre su carro, conduciendo seis corceles alados, tan alto, que su cabeza tocaba á la bóveda del templo, y rodeado de cien nereidas sentadas sobre del- fines. Se creía entonces, que tal era el número de estas divinidades. A esto se agregaban un gran número de estatuas, que eran ofrendas hechas por particulares. 
Alrededor del templo, en la parte exterior, estaban colocadas las estatuas de oro de todas las reinas y de todos los reyes descendientes de los diez hijos de Neptuno, así como otras mil ofrendas de reyes y de particulares, ya de la ciudad, ya de países extranjeros, reducidos á la obediencia. Por su grandeza y por su trabajo, el altar estaba en armonía con estas maravillas; y el palacio de los reyes era tal cual convenía a la extensión del imperio y á los ornamentos del templo. 
Dos fuentes, una caliente, otra fría, abundantes e inagotables, gracias á la suavidad y a la virtud de sus aguas satisfacían admirablemente todas las necesidades; en las cercanías de las casas se encontraban árboles, qué mantenían la frescura; depósitos de agua a cielo abierto, y otros cubiertos con su techumbre para tomar baños calientes en invierno, aquí los de los reyes, allí los de los particulares, en otra parte los de las mujeres; y otros, en fin, destinados a caballos y en general a las bestias de carga, adornados todos y decorados según su destino. 
El agua, que salía de aquí, iba a regar el bosque de Neptuno, donde árboles de una magnitud y de una belleza en cierta manera divina se ostentaban sobre un terreno fértil y vegetal; y pasaba después a los cercos exteriores por acueductos abiertos en la dirección de los puentes. Numerosos templos, consagrados a varias divinidades; muchos jardines; gimnasios para los hombres; hipódromos para los caballos; todo esto había sido construido en cada uno de los cercos o murallas que formaban como islas. 
Era de notar, sobre todo en el centro de la mayor de éstas islas, un hipódromo de un estadio de largo, que en su longitud abrazaba toda la vuelta de la isla, y donde se presentaba vasto campo para la carrera de los caballos y para la lucha. 
A derecha e izquierda había cuarteles destinados a la mayor parte de la gente armada; las tropas, que inspiraban más confianza, se alojaban en la más pequeña de las murallas, que era también la más próxima a la Acrópolis; y en fin, la tropa de más confianza vivía en la Acrópolis misma cerca de los reyes. 
Las dársenas para las naves estaban llenas de triremes y de todos los aparatos que reclaman estas embarcaciones; y estaba todo, en perfecto orden. He aquí cómo estaba dispuesto todo alrededor del palacio de los reyes. 
Más allá, y a la parte exterior de los tres puertos, un muro circular comenzaba en el mar, seguía el curso del mayor cerco y del mayor puerto a una distancia de cincuenta estadios, y volvía al mismo punto, para formar la embocadura del canal situado hacia el mar. 
Multitud de habitaciones, próximas las unas á las otras, llenaban este intervalo ; el canal y el puerto rebosaban de embarcaciones y mercaderes, que llegaban de todas las partes del mundo, y de esta muchedumbre nacía día y noche un ruido de voces y un tumulto continuos. Creo haber referido fielmente en este momento lo que cuenta la tradición sobre esta ciudad, antigua estancia de los reyes. 
Ahora necesito exponer lo que la naturaleza hizo en el resto de este país, y las bellezas que le añadió el arte. Por lo pronto, se dice que el suelo estaba muy elevado sobre el nivel del mar, y las orillas de la isla cortadas a pico; que alrededor da la ciudad se extendía una llanura que la rodeaba, y que esta misma estaba rodeada de montañas, que se prolongaban hasta el mar; que esta llanura era plana y uniforme y prolongada, y que tenia de un lado tres mil estadios, y del mar al centro más de dos mil. Esta parte de la isla miraba al Mediodía, y no tenia nada que temer de los vientos del Norte. 
Eran objeto de alabanza las montañas que formaban como una cintura, y excedían en número, en grandor y en belleza a todas las que se conocen hoy día. Abrazaban ricas y populosas poblaciones, ríos, lagos, praderías, donde los animales salvajes y domesticados encontraban un abundante alimento , así como encerraban numerosos y vastos bosques, donde las artes encontraban materiales de toda especie para obras de todas clases. Tal era esta llanura, gracias a los beneficios de la naturaleza y a los trabajos de gran número de reyes durante un largo trascurso de tiempo. 
Tenia la forma de un cuadrilongo recto y prolongado, y si faltaban estas condiciones en algún punto, esta irregularidad había sido corregida al,trazar el foso que la rodeaba. En cuanto a la profundidad, anchura y longitud de este foso es difícil creer lo que se cuenta, cuando se trata de un trabajo he- cho por la mano del hombre, y si se compara con las demás obras del mismo género; sin embargo, es preciso que os repita lo que he oído decir. Estaba abierto hasta la profundidad de un arpento; tenia de ancho un estadio, rodeaba toda la llanura, y no tenia de largo menos de diez mil estadios. Recibía todos los cauces de agua, que se precipitaban de las montañas, rodeaba la llanura, tocaba en la ciudad por sus dos extremidades, y de allí iba a desembocar en el mar. 
Del borde superior de este foso, partían otros cien pies de ancho, que cortaban la llanura en línea recta y volvían al mismo foso, al aproximarse al mar;,estos fosos particulares distaban entre sí cien estadios. Para trasportar por agua las maderas de las montañas y los diversos productos de cada estación a la ciudad, hicieron que los fosos comunicaran entre sí y con la ciudad misma por medio de canales abiertos transversalmente. 
Notad que la tierra daba dos cosechas por año, porque era regada en invierno por las lluvias de Júpiter, y en verano era fecundada por el agua de los estanques. 
El número de soldados, con que debían contribuir los habitantes de la llanura que estuvieran en estado de llevar las armas, se había fijado de esta manera. Cada división territorial, debía elegir un jefe. Cada división tenia una extensión de cien estadios, y había sesenta mil de estas divisiones. En cuanto a los habitantes de las montañas y de las otras partes del país, la tradición cuenta que eran infinitos en número; fueron distribuidos, según las localidades y las poblaciones, en divisiones semejantes, cada una de las que tenia un jefe. El jefe debía suministrar, en tiempo de lucha la sexta parte de un carro de guerra, de manera que se reunieran diez mil; dos caballos con sus jinetes, un tiro de caballos, sin carro; un combatiente armado con un pequeño broquel; un jinete para conducir dos caballos; infantes pesadamente armados, arqueros, honderos, dos de cada especie; soldados armados a la ligera o con piedras o con azagayas, tres de cada especie; cuatro marinos para maniobrar en una nota compuesta de mil doscientas naves. Tal era la organización de las fuerzas militares en la ciudad real. 
Respecto a las otras nueve provincias, cada una tenía la suya, y nos extenderíamos demasiado, si habláramos de ello.
 En cuanto al gobierno y a la autoridad, he aquí el orden que se estableció desde el principio. 
Cada uno de los diez reyes tenia en la provincia, que le había correspondido y en la ciudad en que residía, todo el poder sobre los hombres y sobre la mayor parte de las leyes, imponiendo penas y la muerte á su capricho. 
En cuanto al gobierno general y a las relaciones de los reyes entre sí, las órdenes de Neptuno eran su regla. Estas órdenes les hablan sido trasmitidas en la ley soberana ; los primeros de ellos las hablan gravado en una columna de oricalco, levantada en medio de la isla en el templo de Neptuno. 
Los diez reyes se reunían sucesivamente el quinto año y el sexto, alternando los números par e impar. En estas asambleas, discutían los intereses públicos, averiguaban si se había cometido alguna infracción legal, y daban sus resoluciones. Cuando tenían que dictar un fallo, ved como se aseguraban de su fe recíproca. Después de dejar en libertad algunos toros en el templo de Neptuno, los diez reyes quedaban solos y suplicaban al dios, que escogiera la víctima que fuese de su agrado, y comenzaban a perseguirlos sin otras armas que palos y cuerdas. Luego que cogían un toro, le conducían a la columna y le degollaban sobre ella en la forma prescrita. Además de las leyes estaba inscripto en esta columna un juramento terrible e imprecaciones contra el que las violase. Verificado el sacrificio y consagrados los miembros del toro según las leyes, los reyes derramaban gota a gota la sangre de la víctima en una copa, arrojaban lo demás en el fuego, y purificaban la columna. Sacando en seguida sangre de la copa con un vaso de oro, y derramando una parte de su contenido en las llamas, juraban juzgar según las leyes escritas en la columna, castigar a quien las hubiere infringido, hacerlas observar en lo sucesivo con todo su poder, y no gobernar ellos mismos ni obedecer al que no gobernase en conformidad con las leyes de su padre. 
Después de haber pronunciado estas promesas y juramentos por si y por sus descendientes ; después de haber bebido lo que quedaba en los vasos y haberlos depositado en el templo del dios, se preparaban para el banquete y otras ceremonias necesarias. Llegada la sombra de la noche y extinguido el fuego del sacrificio, después de vestirse con trajes azulados y muy preciosos, y de haberse sentado en tierra al pié de los últimos restos del sacrificio, cuando el fuego estaba extinguido en todos los puntos del templo, dictaban sus juicios o eran ellos juzgados, si alguno había sido acusado de haber violado las leyes. 
Dictados estos juicios, los inscribían, al volver de nuevo el día, sobre una tabla de oro, y la colgaban con los trajes en los muros del templo, para que fueran como recuerdos y advertencias. 
Además habia numerosas leyes particulares relativas a las atribuciones de cada uno de los reyes. Las principales eran: no hacerse la guerra los unos a los otros; prestarse recíproco apoyo en el caso de que alguno de ellos intentase arrojar a una de las razas reales de sus Estados ; deliberar en común, a ejemplo de sus antepasados, sobre la guerra y los demás negocios importantes, dejando el mando supremo a la raza de Atlas. 
El rey no podía condenar a muerte a ninguno de sus parientes, sin el consentimiento de la mayoría absoluta de les reyes. Tal era el poder, el formidable poder, que en otro tiempo se creó en este país, y que la divinidad. según la tradición , volvió contra el nuestro por la razón siguiente. Durante muchas generaciones, mientras se conservó en ellas algo de la naturaleza del dios a que debían su origen, los habitantes de la Atlántida obedecieron las leyes que hablan recibido y respetaron el principio divino, que era común a todos. Sus pensamientos eran conformes a la verdad y de todo punto generosos; se mostraban llenos de moderación y de sabiduría en todas las eventualidades, como igualmente en sus mutuas relaciones. 
Por esta razón, mirando con desdén todo lo que no es la virtud, hacían poco aprecio de los bienes presentes, y consideraban naturalmente como una carga el oro, las riquezas y las ventajas de la fortuna. Lejos de dejarse embriagar por los placeres, de abdicar el gobierno de .sí mismos en manos de la fortuna, y de hacerse juguete de las pasiones y del error, sabían perfectamente que todos los demás bienes acrecen cuando están de acuerdo con la virtud; y que, por el contrario, cuando se los busca con demasiado celo y ardor perecen, y la virtud con ellos. 
Mientras los habitantes de la Atlántida razonaban de esta manera, y conservaron la naturaleza divina de que eran participes, todo les salía á satisfacción, como ya hemos dicho. 
Pero cuando la esencia divina se fue aminorando por la mezcla continua con la naturaleza mortal; cuando la humanidad la superó en mucho; entonces, impotentes para soportar la prosperidad presente, degeneraron. Los que saben penetrar las cosas, comprendieron que se habían hecho malos y que habían perdido los más preciosos de todos los bienes; y los que no eran capaces de ver lo que constituye verdaderamente la vida dichosa, creyeron que habían llegado á la cima de la virtud y de la felicidad , cuando estaban dominados por una loca pasión, la de aumentar sus riquezas y su poder. 
Entonces fue cuando el dios de los dioses, Júpiter, que gobierna según las leyes de la justicia y cuya mirada distingue por todas partes el bien del mal, notando la depravación de un pueblo antes tan generoso, y que- riendo castigarle para atraerle a la virtud y a la sabiduría, reunió todos los dioses en la parte más brillante de las estancias celestes, en el centro del universo, desde donde se contempla todo lo que participa de la generación , y teniéndolos así reunidos, les habló de esta manera ................

Hasta aquí, las referencias de la Atlántida según textos recogidos por Platón, sobre Timeo y Critias, y este último, a su vez de su maestro Solón.
Seguramente, si no se hubiera destruido la gran biblioteca de Alejandría, tendríamos más información fidedigna sobre la Atlántida. 

Hay, no obstante, alguna pista y por cierto muy importante.
Se menciona que la Atlántida estaba al otro lado de las columnas de Hércules. Solo hay que averiguar donde estaban exactamente. La mayoría coincide que las columnas marcaban el final del Mediterráneo y el principio del Atlántico, o sea, el estrecha de Gibraltar.
Eso dice mucho, porque de ser verdad, descartaríamos su situación en el Mar Mediterráneo.

Otra pista importante es la cita sobre el relato, que lo sitúa nueve mil años antes de "sus antepasados" (refiriéndose a Solón). Si Solón nació en el 640 a.C y murió en el 558 a.C. y había visitado Egipto, podemos creer que la Atlántida  podía haber desaparecido unos 9600 años a.C. 
Si le sumamos los 2014 años d.C. de nuestra era, podemos asegurar que la catástrofe pudo ocurrir hace unos 11600 años.
¿Que catástrofe pudo ocurrir hace aproximadamente, 11600 años que hizo desaparecer la Atlántida, después de grandes terremotos y un gran diluvio, que Solón describe según le contaron los antiguos sacerdotes egipcios?

El escritor y gran investigador sobre este tema, Otto Much, en su libro "Los secretos de la Atlántida" hace una reflexión sobre lo que pudo suceder, situando la catástrofe en esas fechas, y llega a la conclusión de que la gran isla estaba situada en el centro del Atlántico (de ahí el nombre del mar) y que los restos que quedaron después del enorme y terrorífico impacto de un enorme meteorito, en lo que hoy es el golfo de Méjico, provocó terremotos y tsunamis que arrasaron hasta las costas de Europa y África. La isla desapareció, quedando las Canarias y las Madeira como testimonio que aquel tremendo suceso.


Evidentemente, al ser una cultura tan importante, influyó en las culturas americanas, por lo que muchos restos majestuosos descubiertos recientemente, se atribuyen a la influencia de los atlantes.


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